Comentario
El idioma que se llevó a las Indias fue el castellano dialectal que hablaban los emigrantes (andaluces, castellanos y extremeños). Se aclimató en las Antillas donde inició, además, un proceso de enriquecimiento con palabras indígenas, principalmente taínas (huracán, hamaca, etc.). Luego pasó al continente, donde siguió adquiriendo otros vocablos indígenas (maíz, papa, cacao, chocolate, tomate, petate, chicle, coca, quina, tiza, etc.) y tomó, asimismo, características locales al superponerse sobre lenguas amerindias tonales, de vocales cerradas, etc. Fue además un castellano culto, ya que lo enseñaban los religiosos a los indios y las señoras de la casa a sus hijos y criadas. De aquí que se evitara el uso de palabras malsonantes o expresiones vulgares.
En cuanto a las lenguas indígenas, fueron objeto de una política cambiante. Se respetaron al principio y se promovió luego su estudio, para facilitar la labor evangelizadora. Durante la segunda mitad del siglo XVI llegó a prohibirse nombrar doctrineros a quienes no conocieran la lengua de los naturales que iban a evangelizar, debiendo realizar un examen de conocimiento de la misma antes de tomar posesión de la plaza. Esto ocasionó muchas protestas, pues los religiosos tenían vocación evangelizadora, pero no lingüística. Además era difícil encontrar vocabularios y gramáticas para aprender tantas lenguas y mucho más hallar los examinadores que dieran la aptitud requerida. Se recurrió, entonces, a imponer conocimientos en unas lenguas llamadas generales (Náhuatl, Quechua, Maya, Chibcha, Aymara), pero el intento siguió presentando obstáculos. Desde el segundo cuarto del siglo XVII, la Corona abandonó todas las contemplaciones con las lenguas amerindias y apoyó decididamente imponer el castellano.